GEOGRAFIA HUMANA
Se cree que los primeros humanos que llegaron al continente americano fueron cazadores nómades que ingresaron por el noreste asiático, aprovechando el “puente” de hielo que, durante aquella glaciación, lo unió con Alaska.
Desde allí comenzaron a “bajar”. No se descarta -aunque no hay pruebas- que también hubieran llegado otros grupos navegando por el Pacífico o por el Atlántico norte. (Los incas, los mayas, los aztecas, los vikingos?).
A la norpatagonia confluyeron corrientes de distintos orígenes, tanto desde Cuyo como desde el sur. El hecho de que los Andes cuenten -en esta latitud- con varios pasos bajos y transitables todo el año, hizo que la cordillera, más que una barrera, fuera un corredor de circulación humana y de mercancías. Los yacimientos arqueológicos descubiertos hasta ahora -generalmente en cuevas y aleros- denotan presencia humana desde hace más de 10.000 años.
La norpatagonia andina, por su geomorfología tan variada, que abarca desde los bosques cordilleranos -aptos para la caza y recolección de piñones de araucaria- hasta los valles con sus grandes ríos -proveedores en invierno de caza y pesca-, originaron un ciclo anual de desplazamiento que aún hoy repiten los pastores (crianceros) -aborígenes o criollos- que usted observará en los caminos, trashumando sus rebaños.
LOS NATIVOS
Algunos autores indican la presencia mapuche en el siglo XI en la zona sur de Chile.
Los desplazamientos de grupos cazadores o comerciantes eran frecuentes. Pero es entre los siglos XVI y XIX, en que, presionados por la violenta conquista española primero, y por el ejército chileno luego, comenzaron, paulatinamente, a desplazarse hacia la Norpatagonia y la Pampa. Con la formación de las naciones chilena y argentina, el pueblo mapuche quedó escindido.
En la Región de la Araucanía del sector chileno (capital Temuco), donde se concentra el grupo más numeroso, se evidencia en la actualidad el mayor grado de conservación de las costumbres y del idioma. En nuestro país, la lengua “mapudungun” se mantiene sólo en las regiones más aisladas de las provincias de Chubut, Neuquén y Río Negro. El bilingüismo ha producido un castellano rural y suburbano “ritmado” por el mapuche .
Las últimas etnias que habitaron el territorio andino norpatagónico antes de la conquista española fueron puelche y pehuenche. Momento de aclarar (a los puristas de la lengua de Cervantes), que toda palabra en “mapudungun” y que termina en la partícula “che” (gente), no tiene plural.
Puelches:
Llamados así por los mapuche, ya que su nombre significa: “gente del este”. Probablemente se trataba de tehuelches septentrionales o “guenaken”. De estatura alta y cabeza más bien alargada, solían deformarla artificialmente en los bebés. Eran nómades y su principal alimento lo obtenían del guanaco y del ñandú, que cazaban con arco, flechas y boleadoras.
Vivían en toldos de pieles y su indumentaria era el “quillango”, manta hecha con piel de guanaco, con el cuero hacia afuera que adornaban con dibujos geométricos.
Enterraban a sus muertos envueltos en cueros y destruían sus pertenencias.
Los “guenaken” que se desplazaron a fines de siglo XVI hacia la pampa húmeda a “cazar” el ganado bagual -perdido por Mendoza en su frustrada fundación de Buenos Aires- y que se multiplicó hasta llegar centenas de millares, fueron denominados Pampas. Por sus intercambios comerciales y matrimonios exogámicos con los indígenas de ultracordillera podríamos definirlos -a los Pampas- como “tehuelche-araucanizados”
Pehuenches:
Habitaban desde la zona de los pehuenes o araucarias, hasta el sur mendocino. Según los cronistas españoles eran altos y delgados – ¿Tehuelche o quizá Huarpes?-, su piel era oscura y su cabello ondulado. Cazaban guanacos y recolectaban semillas y frutas silvestres. Especialmente cosechaban los piñones de la araucaria que conservaban durante el invierno en silos subterráneos. Con ellos elaboraban una especie de pan y una bebida parecida a la chicha. En el siglo XVII, con la expansión del mapuche desde el actual Chile, fueron perdiendo casi todas sus costumbres, su idioma, y hasta sus características físicas.
Mapuches:
Llamados araucanos por los españoles de Chile. Son los últimos aborígenes que se establecieron masivamente en nuestra región hace unos 200 años. Aunque sus intercambios comerciales con el “puelmapu”(tierras del este) y sus matrimonios exogámicos datan del siglo XVII.
Su estatura era más bien baja y su cabeza corta. En Chile eran agricultores. Vivían en aldeas con casas de madera (rucas). Trabajaban los metales, labrando sus característicos pectorales y aros de plata. Eran también hábiles alfareros, desarrollaron la cestería y sobresalieron como excelentes tejedores. En este lado de la cordillera se dedicaron a la caza y la recolección, adaptándose a la vida nómada, favorecidos en sus desplazamientos por la utilización del caballo, introducido por los españoles en el siglo XVI.
Su lengua, el mapudungun, se impuso a las lenguas anteriores. Igualmente pasó con su religión. No obstante perduraron muchos topónimos tehuelche y hasta su forma de alojamiento en toldos seminómadas.
Los matrimonios eran exogámicos (el cónyuge debía pertenecer a otra tribu) y las familias podían ser poligámicas, dependiendo de la riqueza del hombre, ya que la novia se compraba. Esto se practica aún hoy entre los mapuche trasandinos en el medio rural. Un par de caballos se considera un precio razonable… por si ya se lo estaba preguntando.
Creen en Nguenechén (“Dueño de la Gente”), a quien cada año ofrecen una rogativa denominada Nguillatún, que dura varios días. El acceso a un Nguillatún no está abierto a lo no-mapuche. Creen en la supervivencia del alma de los muertos, a los que enterraban en una fosa en la que colocaban alimentos, bebidas, etc. Sacrificaban, también, el caballo y el perro del difunto. Tambien -cuando esta lo solicitaba- a su esposa principal.
Ejecutaban varios instrumentos musicales: cultrún (tambor hecho con cuero de potro y madera que se toca con un solo palillo), pifilca (especie de flauta), trutruca (instrumento de viento parecido a un cuerno pastoril) y quinquer-cahué o violín araucano.
La “machi” es la encargada de curar, mediante hierbas y otros procedimientos como ensalmos, sacrificios de animales, bocanadas de humo, etc.
Desde su ingreso a la región, formaron diferentes grupos según el territorio que ocupaban y las características étnicas de las poblaciones preexistentes, con las que se cruzaron. Así se denominaron pehuenche a los que habitaron el territorio de los pehuenes (araucarias), picunche (gente del norte), puelche (gente del este) y huilliche (gente del sur), también llamados “manzaneros” por la abundancia de manzanos silvestres en su zona. Cuando ocurrió la oficialmente denominada “conquista del desierto”, en que la Argentina -y Chile casi simultáneamente- decidieron extender su territorio sobre el -hasta aquel momento- controlado por los indígenas, las diversas poblaciones formaban un conglomerado en el que era difícil distinguir con precisión su origen étnico, pero sí sus territorios e interrelaciones económicas y culturales.
LOS HUINCAS (BLANCOS)
Los primeros no indígenas que entraron a la región andino-patagónica lo hicieron desde Chile, a partir de 1550.
La leyenda de la Ciudad de los Césares construida por hombres blancos y de inmensas riquezas -cuya existencia se suponía en la Patagonia-, empujó a muchos exploradores en su búsqueda.
En 1605 partió la primera expedición desde Buenos Aires en pos de la codiciada ciudad.
Tanto las expediciones chilenas como las argentinas, dejaban a su paso asentamientos que eran atacados por “malones” de los aborígenes invadidos y que eran respondidos por los blancos con “malocas”, de las que resultaba la captura de aborígenes para utilizarlos como esclavos.
Sublevación en la Araucanía:
En 1599, una gran sublevación mapuche, dirigida por el cacique Pelantaro, destruyó todas las ciudades fundadas por los españoles, obligándolos a retirarse al norte del río Bío Bío. La Araucanía -hoy 9ª región chilena-, no fue recuperada jamás por los colonizadores, ya que el Rey de España les reconoció los territorios, pactando la recíproca protección contra ataques exteriores. La República de Chile recién logró anexarse esos territorios en la segunda mitad del siglo XIX, mediante la ocupación militar con reducción territorial de los nativos. Las campañas fueron prácticamente simultáneas a ambos lados de los Andes.
Primeros Misioneros:
Con la excusa de lograr la paz con los aborígenes, entre 1650/54, se emprendieron desde Chile varias expediciones dirigidas por misioneros, que devolvieron cierto número de prisioneros aborígenes. En general, no tuvieron los éxitos que sí consiguieron -en las mismas épocas-, los jesuítas, entre los guaraníes.
Entre 1670 y 1673, el Padre Nicolás Mascardi, fundó una misión a orillas del Nahuel Huapi. Tanto él como otros misioneros, que posteriormente intentaron evangelizar la región, fueron muertos por los nativos. Hubo otras misiones establecidas en Paimún y Rucachoroy, de escasa duración.
La etapa final de la conquista:
Mas de trescientos años de resistencia a la esclavitud, o a la pérdida de sus espacios de cacería y pastoreo, culminarían con las campañas militares llevadas a cabo por los estados argentino y chileno, con el fin político de afianzar sus respectivos controles territoriales y el objetivo económico de obtener tierras para instalar colonos. La primera, dirigida por el gobierno argentino, fue la de Juan Manuel de Rosas (1833), ésta, para acabar con los malones que saqueaban campos y poblaciones del sur de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Una campaña que no dejó fortines estables. Además, diversos incumplimientos de “parlamentos” (acuerdos celebrados entre gobierno y caciques, fruto de largas discusiones), sobre todo luego de caer Rosas, provocaron la reanudación de los malones. En la segunda mitad del siglo XIX crecieron las necesidades de lana y algodón en los mercados internacionales, debido a la expansión del telar industrial, y la de ganado, al inventarse el vapor de transporte frigorífico.
Estos factores -se explica- tornaban más atractivo aquel “desierto”. Hasta 1870 tanto los cazadores nómades como los ya sedentarizados, y otros que formaban bandas de marginales, mantenían una costosa y precaria libertad. En la década siguiente los hijos de la tierra inmolarían sus escuadrones de lanceros oponiéndose inútilmente al Remington y al cañón Krupp. La acción militar denominada “Conquista del Desierto”, organizada y comandada por el Gral. Julio A. Roca, fue ejecutada en tres etapas. La primera -en 1879- llevó la frontera con los aborígenes hasta los ríos Negro y Neuquén. Esta etapa se cumplió mediante mandato parlamentario.
“.debéis encarar la misión bajo la doble faz del patriotismo y la caridad cristiana, porque al arrancar de sus selvas solitarias a estos parias del progreso para implantarlos en los centros poblados, los habréis hecho útiles a sus conciudadanos, a la vez que iluminaréis sus inteligencias con la luz esplendorosa del Evangelio.”
(Del discurso del Coronel Racedo a las tropas expedicionarias en Pitralauquen -1879-)
La norpatagonia andina, denominada como ya se ha dicho, “País de las Manzanas”, era entonces gobernada por el prestigioso cacique Valentín Sayhueque. Reconocido como autoridad por Buenos Aires, era amigo y compadre del perito Moreno. Residía en Caleufu y sus relaciones con el gobierno de Buenos Aires eran buenas, porque los “manzaneros” eran ganaderos y cultivaban sus fértiles tierras -léase: no maloneaban- y Sayhueque, además, se consideraba argentino. Por otra parte, Roca quería evitar que sus 5.000 lanzas apoyaran al renombrado Namuncura, hijo del temible Calfucura y padre de Ceferino, que dominaba la región pampeana con sus lanceros y a quien se consideraba enemigo.y chileno ¡!!!!
El exilio:
Hasta poco antes de la segunda, llamada “Campaña de Nahuel Huapi” -1881-, la población del país de las Manzanas era de unas 30.000 personas. Cuando se produjo el inesperado ataque comandado por el Cnel. Conrado Villegas, el cacique manzanero, que no había creído que pudiese ser atacado por el ejército argentino -de quien se consideraba aliado-, fue forzado a huir al sur con su gente y los demás caciques -Foyel e Inacayal-, abandonando tierra y animales.
Los grupos y restos de tribus pampeanas (generalmente tehuelche araucanizados), se refugiaron -y siguen estando- en Chile en los valles inhóspitos que van desde Trapatrapa a Reigolil. Eran decenas de miles. Algunos regresaron a principios del siglo XX y fueron reubicados en las actuales “reservas”.
La tercera etapa -1882/83-, fue la llamada “Campaña de los Andes”, operación que tendió a fundar fuertes dedicados al control de boquetes cordilleranos y a la eliminación de los pequeños grupos de irreductibles, como el de Ñancucheo y otros supervivientes de las grandes tribus, que seguían luchando en guerrillas en los densos bosques y pasos transcordilleranos. Eran a menudo protegidos por aborígenes del lado chileno, “reducidos” ellos en la misma época, por el ejército del vecino país, comandado por el Gral. Urrutia, quien denominó a su campaña “Pacificación de la Araucanía”.
El genocidio:
Valentín Sayhueque -quien como dijimos, había sido nombrado Gobernador del “Pais de las Manzanas” por el gobierno nacional- y su gente, luego de varios años de resistencia errante por el sur de Río Negro y Chubut, diezmados por combates, hambre y frío, terminaron entregándose el 1º de enero de 1885 en el fuerte Junín de los Andes con 700 “lanzas” (guerreros) y 2.500 de “chusma” (viejos, mujeres y niños).
Conducidos a pie hasta Carmen de Patagones, fueron embarcados hacia Buenos Aires, donde los caciques quedaron detenidos en El Retiro. Los hombres jóvenes fueron enviados a servir en las goletas de la marina de guerra o a Tucumán para levantar zafras. Las mujeres y los niños, separados de sus madres, fueron entregados a familias “de bien” seleccionadas por la Sociedad Nacional de Beneficencia, destinados para “servir”, ellas, o para ser “criados”, ellos.
Con las comunidades indígenas confinadas o desintegradas, sus territorios fueron vertiginosamente ocupados por nuevos propietarios. Según Jacinto Oddone, las leyes dictadas con posterioridad a la “Conquista del desierto” enajenaron más de 34 millones de hectáreas, donde 24 personas recibieron parcelas superiores a las 200 mil hectáreas.
Los hijos de la tierra ingresaron, entonces, al túnel de la desintegración cultural. (Para ampliar estos temas vea la sección bibliografía).
Modesto Inacayal -el prestigioso cacique de Tekel Malal, en las nacientes del Limay- fue de los que se entregaron vencidos en fuerte Junín. Conducido en las condiciones antedichas hasta la prisión del cuartel de El Retiro (hoy plaza San Martín), recibe allí la visita del Perito Moreno, quien recordaba con agradecimiento la hospitalidad con que fuera acogido durante su viaje a Nahuel Huapi en la década anterior.
Moreno -quien ya era un influyente científico y políticamente estaba bien ubicado- gestiona y obtiene la entrega de toda esa familia pretextando estudios etnológicos en el recién iniciado Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Allí sorprenderá la muerte (en septiembre de 1888) a este líder aborigen. Descripta de esta forma por Clemente Onelli:
” Y un día, cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propíleo de aquel edificio (.), sostenido por dos indios, apareció Inacayal, allá arriba en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio; hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur; habló palabras desconocidas, y en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Inacayal moría, quizá contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria.”
Se transformó así en la caja Nro: 5438 denominada “huesos de cacique tehuelche” y fue entregada (más de un siglo después) a sus familiares quienes lo enterraron en Tecka-Chubut.
Los pioneros:
Los primeros pobladores “blancos” ingresaron mayoritariamente por Chile. Eran comerciantes o veranadores de ganado. Posteriormente, entre 1885 y principios del siglo XX, llegaron colonos europeos, sudafricanos, sirio-libaneses y palestinos -mal llamados turcos-. Más tarde, de todas las provincias argentinas.
En los últimos treinta años, la inmigración fue de origen urbano y de nivel educacional medio-alto, con fuerte presencia de mano de obra chilena.
Desde 2002, hay muchos nuevos inmigrantes de perfiles diversos, que “escapan” de la violencia y pérdida de la calidad de vida urbana en la Argentina, llegando para radicarse en la Cordillera sin demasiado análisis de las oportunidades ni de las dificultades que se les presentarán en la nueva residencia. Estos inmigrantes, en algunos casos vienen a cambiar de forma de vida y agregan valor al nuevo medio. Pero en otros, “importan” las mismas características de comportamiento antisocial de las que dicen querer alejarse, transformándose -sin querer- en elementos polucionantes de la calma pueblerina.
Para comprender nuevos términos a ese respecto:
Nyc= nacido y criado
Vyq= venido y quedado
Vaj= venido a j.